Subir costó un perú, bajar se disfrutó más. “A little bit more”, respondíamos risueños ante la agitación de cualquier gringo que nos cruzara, con la respiración en las piernas, que nos miraba con la esperanza de que hallaría la cima a la vuelta de la esquina. Ya en la ciudadela, almorzados y repuestos, y habiendo olvidado el episodio traumático con la “libélula gigante” en Aguas Calientes, transitamos a gusto, eludiendo guías (repetidores de generalidades y especulaciones sobre los incas). De cuando en cuando, nos sentábamos con la excusa de volver a descansar, y contemplábamos, en silencio, lo incomprensible, perdidos, pequeños. Cumplimos con el requerimiento que volvía desde Buenos Aires y encendimos el teléfono para comunicarnos vía Skype. Llamativamente, el comentario de la jornada vino de un gringo bien sitcomiano: “What a great video-call! -Hey, where are you calling from? –MACHU PICCHU!”, se preguntaba y se respondía como reproduciendo una posible conversación.
Mientras Machu Picchu se despoblaba, ya sin incas, ahora sin gringos, el dios Inti, en el país de los soles, no daba tregua y las montañas, en su quietud, parecían invitarnos a partir. Lentamente, emprendimos retirada, con los pies pesados pero con la certeza de que el viaje había terminado y las vacaciones estaban, como los gringos esperaban, a la vuelta de la esquina.
| Foto: Marie Kaufman |
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