lunes, 30 de diciembre de 2013

El niño que cambió su ojos por un sándwich de salame (segunda entrega)

Creyó despertar en una esquina cualquiera. El aspecto lúgubre de aquel hombre se apareció y éste lo llamó con la cabeza. Caminaron juntos durante una exigua noche negra. "¿Quién...?", pronunció. Su silencio fue excesivamente descriptivo. Entre las aristas de los edificios se mostraba una luna angulosa. "¿Tendrá mares la luna?". La nívea corriente de la noche bailaba en su altura inmensa, mientras los dos cuerpos diminutos se suicidaban en la oscuridad. Hablaron sin decir una palabra, pero eso bastó para saber todo sobre los payasos. Siempre son tristes, incluso cuando sonríen. Esa contrariedad lo satisfacía, lo envolvía. De algún modo, se identificaba con su moral doble: la tristeza devenida felicidad. Al separarse, miró el cielo y sintió algo nuevo en su pecho. "¿Tendrá mares la luna?".
El primer sol lo puso en marcha. Hoy sería el día que ayer no.

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