La noche vació de sentido el encuentro, plagado de silencios oscuros e incómodas miradas. Finalmente, ella sugirió que volvieran todo atrás, cuando la fotografía era una excusa para subir a la terraza o cuando el humo de un cigarrillo los unía en el viento. Él no creía en sus palabras tersas y casi sin escuchar el final de su frase la interrumpió sin pausa. Nunca volverás a ser mi amiga, dijo. Ella prendió un gauloise a pesar de que hacía semanas que no fumaba. Después de que un avión partiera el cielo en dos, ella le pidió perdón. Él la perdonó en secreto y volvieron juntos por el boulevard Saint-Michel hasta dar con el cementerio. Se sentaron en una esquina casi por obligación, para detener el tiempo final. Los semáforos vibraban sin sentido mientras algún paseante nocturno cruzaba la calle sin mirar a los costados.
Ella lo besó con toda la frialdad de su cuerpo. Él la abrazó a pesar del gusto metálico de su boca. Fue la noche más azuladas de sus vidas. Es tarde, dijo mientras apuraba una última pitada. Ella revisó sus papeles y le entregó una fotografía de un niño en la puerta de un circo, sentado en un pequeño taburete tomando un sándwich en sus pequeñas manos. Ella jamás olvidaría sus ojos negros sin pupilas.
jueves, 24 de diciembre de 2015
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