Bellas artes (2011)Luis Sagasti
E. es un recomendador serial, encuentra un goce especial en la recomendación; debería encontrarse un trabajo remunerado en el rubro, pienso, ahora que está desempleado. Tiene tantos libros en su biblioteca como fuera de ella, préstamos, que en algunos casos, nunca vuelven. Mirá, te traje éste para que leas, dice para distraernos de la ruta monótona. Seguro que te va a gustar, después decime. E. no lo sabe aún, pero no me gusta que me presten libros, tal vez porque tampoco me gusta prestarlos. Los libros no se prestan, se regalan. La frase resuena en mi cabeza como un interdicto adorniano. Pero E. insiste. Si te gusta te lo comprás.
Bellas artes no es una novela. No tengo en claro bien qué es. Entiendo que E. tampoco. La lectura revela rápidamente por qué E. me recomienda este libro, cruce de novela, periodismo y ensayo. Piensa en mi Yakuza, seguro.
Mi cabeza estructurada (estructuralista, postestructuralista, ya no lo sé bien) hubiese preferido una novela, pero Sagasti rechaza el género, desde luego. La escritura adopta una dimensión sagrada (culto a la escritura, ante todo) en la cual las categorías del pasado (novela, narrador, personaje, historia) quedan profanadas por una nueva instancia enunciativa: la voz de la escritura. Esa voz construye una textualidad ajena para el lector, se despliega sin razón ni trama; vuela de un tema a otro, a través de la Historia. Su materialidad, fundamentalmente periodística (la-información), se vuelve objeto para-la-escritura. Reformula, resignifica, explora la dimensión literaria de la información, si es que tal cosa existe. Así como el arte de la yuxtaposición de un haiku, la naturaleza de Bellas artes deviene un copy-paste-copy-paste inagotable de imágenes noticiosas. El hombre llega a la Luna. Paul McCartney muere en 1967. Adelir de Carli se convierte en el sacerdote volador. Un alpinista llega a la cima del Everest. Un niño toma Coca-Cola. Y así.
El mundo se desdobla, como imágenes que se entrelazan sin motivación aparente. Así es el mundo de Sagasti. Efímero, etéreo, ecléctico.
El dilema surgió a mares. No sé si me gustó. Pero siento una terrible ausencia ahora que tengo que devolverlo.
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