miércoles, 14 de enero de 2015
El niño que cambió sus ojos por un sandwich de salame (decimoquinta entrega)
Se encontraron por casualidad en un bistró de la rue Saint-Martin. El azar ejerció sobre ellos la fuerza que hasta entonces luchaba para alejarlos; los llevó a ambos, por primera vez, a un mismo destino. Ella llegó desde el norte, bajando por la rue Montmartre hasta la iglesia de Saint Eustache, donde solía disparar su cámara para proyectar las sombras y los brillos de los vitraux. Los colores de la luz del sol que atraviesan las iglesias me hacen sentir viva, le explicaba. Él subió por el boulevard Voltaire, andando, como siempre, para perderse entre las últimas luces del día. Ella tenía una pirámide de papeles y libros desordenados, pero ninguna original sobre los cafés vacíos. Distraída o concentrada
gesticulaba como buscando una respuesta, por eso no lo vio a través de sus lentes, pero él, cansado de escribir sin
respuesta, se acercó y pidió un café antes de que ella pudiera hablar.
Era necesario evitar que ella tomara la palabra porque, entonces, sería
demasiado tarde. Compartieron
un croissant y ella le reclamó que sus publicaciones eran demasiado espaciadas en el tiempo y que así se hacía imposible convertirse en escritor. Él esquivó su mirada y le preguntó por la muestra en blanco y negro.
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