jueves, 1 de enero de 2015

El niño que cambió sus ojos por un sándwich de salame (decimocuarta entrega)

Con la primera luz del día, volvió sobre sus pasos para evitar la confirmación de que sus ambiciones sucumbían en un desconsuelo absoluto. El empedrado de las calles le dolía en sus pasos agobiados, iluminados vagamente por la claridad nívea de la mañana. Las direcciones de la ciudad se encontraban en diagonales laberínticas y el olor a río confundía más y más sus sentidos. Mientras sus esperanzas disminuían, creyó que ya era tiempo de empezar a dejar de creer, que su búsqueda sería su perdición. Pensó, también, que la irregularidad de su andar se acomodaba con las calles de una ciudad que estaba vacía, a esas horas, y reconoció que el arte de la invisibilidad era una acción meritoria. Era el momento de ocultarse para siempre. El hombre del circo lo supo antes de que él desapareciera.

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