domingo, 14 de septiembre de 2014

El niño que cambió sus ojos por un sándwich de salame (decimotercera entrega)

La luz de la luna destacaba los verdes alrededor por sobre la atezada oscuridad, pero la sombra del felino era apenas imperceptible. Sus ojos abermejados prevalecían y enrojecían la noche. Se miraron fijamente pero sus ojos se apagaron entre el follaje. Sin pensarlo, imitó sus movimientos detrás de sus ceñidos ojos relampagueantes. Vagó confuso hasta que se sintió lejos de la esquina de flores. Sintió miedo. El tiempo se dibujó en el aire y pudo imaginarlo todo. Los gigantes, los payasos, los contorsionistas, los tragafuegos, los zancudos, incluso los monstruos únicos; la gran carpa de tres colores con picos dispares. La melodía que había soñado volvía para sí y se materializaba en la copa de los árboles más altos. Levantó la mirada y la impresión de las luces le falseó la vista. No recordaba cuándo había visto sus ojos por última vez. Prosiguió ya sin rumbo con los pies pesados hasta que se perdió en el anonimato. Cuando despertó, los primeros susurros lo animaron y encontró signos de esa presencia que tanto esperaba. Sin embargo, los sobrantes rudimentos de la edificación y los vestigios de las estacas diluyeron sus tibias imágenes. Todo ya había sucedido.

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