domingo, 27 de julio de 2014

El niño que cambió sus ojos por un sándwich de salame (duodécima entrega)

Llegó liviano a su habitación, como sin olfato ni gusto, la boca seca y los ojos combados. Se había propuesto olvidar todo el asunto, y seguir adelante con sus proyectos. Sin embargo, su voz repicaba en sus sienes como un aguijón ensañado. Jugó con el humo de un cigarro para no sentirse tan solo mientras exhalaba por la ventana entreabierta que se deshacía en mares de lluvia. Las fachadas de los edificios, imprecisas y desteñidas por el tiempo. Ella, luminosa y plomiza, aunque oculta, ausente, incierta.
Se sentó junto a Olivetti y comenzó a dictarle como si la historia ya hubiera sido escrita por alguien más. Su voluntad languidecía y la imagen de esa blancoynegra marcaría el destino de sus próximos meses, tal vez años. El niño de la foto andaba como buscando, sin encontrar naturalmente, un final feliz o algo así que lo cobijara. Escribió todo lo que pudo hasta que sus ojos contorneaban la tinta y el papel se volvía cada vez más confuso.

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