No sé si ponerme a leer o a escribir, pienso en voz alta, y ella me dice qué lindo empezar un texto así. Me gusta la palabra “lindo” en ese contexto porque allí el término pierde su carácter transparente para significar en un plano objetivo de la escritura; se convierte en algo más sustancial (mucho más que un apodo): un criterio estético. Es una acepción que eleva al término. Y eso me gusta, al menos, para empezar a escribir.Es el final del día, del primer día del viaje (o eso que comúnmente llaman “vacaciones” los no-docentes, dado que nuestro gremio tiene muchos más días no laborables, hecho que todos nuestros amigos o conocidos nos recuerdan con frecuencia y que nos convierte en acreedores de envidias en el peor sentido del término, y esto no tiene nada que ver con el asunto de las acepciones). Pienso, también, que cuando uno escribe cuando viaja, es decir, cuando se descontextualiza y el nuevo panorama lo inspira a escribir, la escritura es un poco la escritura del lugar. Ceno en un patio estilo francés (o terraza, nunca sé diferenciar) en las afueras de Lima y el espacio es un tanto ficticio en el sentido de que no se trata de un espacio real sino un espacio (re)creado que simula o aparenta ser un lugar que no es un lugar verdadero. Es como un paréntesis que nos excluye de la realidad para que, por ejemplo, yo me ponga a escribir. Hoy caminamos por Barranco en la búsqueda de un restaurante que nos satisficiera y fue más bien una búsqueda del tesoro bajo la resolana limeña que quema y uno no entiende bien por qué. En ese caminar (a la deriva pero con iphones satelitales) percibimos rápidamente que las desigualdades en este país son monstruosas. Nos espantamos de esa percepción que era un conocimiento previo, pero que igualmente espanta, y decidimos volver al refugio francés para que éste nos anestesiara y nos garantizara que nuestra inversión hotelera valía la pena, a pesar del 35% de “percepciones” (no es un impuesto sino una percepción, así me explicó mi ejecutivo de cuentas bancario), percepciones que, definitivamente, son muy diferentes de las nuestras por estas latitudes. El sabor a océano que nos dejó la cena nos reconforta lo suficiente para volver a la suite y clausurar este primer día que, avión y cambio horario mediante (para mí son casi las dos de la madrugada, pero aquí todavía es ayer), me lleva a pensar si es preferible leer o escribir
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