miércoles, 15 de enero de 2014

El niño que cambió sus ojos por un sándwich de salame (sexta entrega)

Juntos se hicieron invisibles y se perdieron por pasajes grises. Ignoraban la ciudad y sus obeliscos vanidosos. Por las noches, se suspendían repetidamente, encantados ante sus propias sombras. De esta suerte, permanecieron bajo la inmanencia de numerosos ciclos. Ella le enseñó el valor de su aliento, percibió el perfume de su humo y pronto adquirió el hábito de la cena eclipsada. El humo antes que nada. "La luna es ridícula", dijo con certeza. Lo ridículo era tener un planeta de esa escala tan a la mano. "No es un planeta", afirmó para falsearlo. Rodeada de humo, se sintió observada y su hemisferio desapareció por unos instantes; de cuando en cuando, los miraba, atónita con su palidez. "Para mí, la luna tiene algo expresionista, me conmueve su inmediatez y su falta de soberbia". Ella no coincidía, la luna tenía todos los atributos del arte surrealista, por empezar, le daba por dormir en su presencia, salvo las noches plenas. Discutían sin saber que, más tarde que temprano, acordarían sólo para no discutir. "Es verdad, tiene un dejo expresionista", decía ella para clausurar. Él era feliz cuando le daban la razón. "Tal vez...". "Siempre", respondió ella con la nariz. "Vamos a la ciudad", dijo y se durmieron con una sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios