sábado, 27 de julio de 2019
Leo, luego escribo
Le digo a L. que yo no soy un escritor, que los escritores escriben todos los días, no sólo cuando la inspiración –esa traición decimonónica– se presenta misteriosamente sobre la consciencia. L. me entiende sin titubear (o al menos dice que me entiende, sin titubear), suelta unas palabras dulces (L. siempre tiene palabras dulces para mí) y me doy cuenta, una vez más, que sólo escribo cuando leo, y que ne-ce-si-to leer para escribir. Entonces leo y escribo, y se me revela lo peor: soy un cleptómano. Mi escritura –si tal cosa existiera– no es más que un pastiche arraigado en novelitas contemporáneas de escritores que ganan premios y concursos, pero que, de tanto en tanto, atraviesa ese umbral para darle paso a algo que se parece a mi escritura. Lo mismo da. Sigo leyendo para escribir. Pienso en el cartel que tengo que colgar y en el capítulo que le prometí a L. hace varias semanas.
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