La habitación alemanaCarla Maliandi
De un tiempo a esta parte, E. sufre (ya lo he dicho en esta páginas) una compulsión a la recomendación de novelas argentinas contemporáneas. Yo suelo darle el gusto y preguntarle, periódicamente, qué libro me recomienda. Hace unos meses, E. publicó en Facebook, o no, tal vez inventé ese recuerdo (oh efímeras redes), un breve pero intenso y seductor (como todas sus palabras) comentario sobre La habitación alemana.
Por impulso o desesperación urgida, la compro para el cumpleaños de mi madre, a quien siempre le regalo novelas. Seis meses más tarde, le pido prestado el libro para pasar las horas en el aeropuerto, en donde abordaré el avión que me despojará, por mi propia voluntad, de eso que llamamos "casa" para siempre, porque "un exilio del que no se quiere volver no es un exilio".
Ahora, en una sola frase, lo entiendo todo: por qué E. me recomendó la novela y por qué a mi madre le resultó "rara" la lectura.
Esa alfombra que simulaba sencillez y que nos costó carísima y que no sirvió para nada porque era una mentira, porque armar una casa es una ficción que se puede sustituir por otra en cualquier momento.
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