miércoles, 4 de junio de 2014

El niño que cambió sus ojos por un sándwich de salame (décima entrega)

No volvieron a hablar sobre el asunto. Afuera llovía como en las películas. Él intentaba distraer su indiferencia mientras una sombra invadía la habitación. Ella, casi un recuerdo, evitaba sus ojos. “Naipe”. Ella no respondió. “Bilohema la albeolea”. Ella no respondió. “Ininteligible, incognoscible...”. Ella no respondió. Ya no consentía palabras favoritas. Ya no ocurrían jitanjáforas. Ya no reparaba series. 
"No quiero verte más", dijo finalmente. No hubo lágrimas ni adioses, sólo un movimiento borroso que desdibujó sus figuras vertiginosas. 
Él, que siempre entendía el significado literal de las cosas, le escribió durante meses. Nunca se había animado a preguntarle, aunque la omisión producía una incomodidad visceral, más para él que para ella. La pregunta venía una y otra vez, pero él se las ingeniaba para desaprovechar cada ocasión. Pero una noche última, entre el resto de las margaritas desolladas, con un cielo abierto que nunca había visto, resolvió escribirle: “Quizás”. Él siempre imaginaba sus respuestas.
Nunca más se volvieron a ver.

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