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| Foto: Marie Kaufman |
-Córrase señor, éste es mi lugar-, vociferó una loca histérica, acompañada por su loca-novio, con una tonadita caribeña. Parece que la crisis de los cuarenta, en las locas, se revela desde el discurso, pensé. Mis ojos, desorbitados, un poco por el calor, otro poco por el dolor cervical, le replicaron con ironía socarrona. -¿Perdón? Esto es "Tertulia de pie", no son ubicaciones numeradas. Además, "Cazuela de pie" es en el piso de arriba-. Pero los forasteros, de paso por Buenos Aires y choluleando en el teatro Colón, ignorantes, se perdieron la sutileza. Pronto, los gritos de las locas carcomían mis nervios y la gente en rededor comenzaba a deleitarse con la patética exhibición. Mi humanidad y yo, agotadas por la incomodidad del primer acto y lejos de desear continuar con aquel espectáculo, desistimos. -Ok... ¿Querés pasar, che? ¡Pasá, pero dejá de gritar, loco!-, le dije a la loca-activa. -Pero parece que nunca viniste al Colón-, concluí, casi alardeando de mi porteña localía. Cedido mi lugar, que en buena ley lo había obtenido, gambeteando a numerosas acomodadoras e inventando excusas para no revelarme intruso con mi ticket, nada más restaba para emprender retirada. Derrotado, así, pasé por "Cazuela" y, juntos, resolvimos que el calor, el fastidio corporal y la ausencia de orquesta eran motivos suficientes para que nuestras gratuitas entradas estuvieran más que justificadas.
La foto descubre, a mis espaldas, las sombras de un Teatro Colón vacío, pronto invadido por una copiosa chusma de caribeños inadaptados.
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